Los tres ojos del conocimiento

Cuando la ciencia se torna cientificismo

El cientificismo es la postura que afirma que el método y el enfoque científico pueden ser aplicados de forma universal, y la idea de que la ciencia empírica constituye la cosmovisión más acreditada o la parte más valiosa del conocimiento humano, incluso excluyendo otros puntos de vista.

Qué más dan las técnicas que apliquemos, las experiencias que indaguemos o las propuestas de crecimiento y evolución que hagamos, si lo estamos haciendo desde un paradigma “no científico”, que hoy en día es casi lo mismo que decir “no válido”. Pero en sí misma, esta pregunta es una trampa, perdemos tiempo y energía dejándonos enredar por estas críticas, y empeñándonos inútilmente en intentar demostrar que algo es científico, para sentirnos en un camino válido y reconocido por el paradigma aún imperante del cientificismo.

Tenemos que tener ciertas cosas claras para tomar la distancia adecuada que nos sitúe en una perspectiva diferente ante este tipo de cuestiones. Quizás el tema no es encontrar la “respuesta”, sino advertir que la “pregunta” no está correctamente planteada. Detengámonos a examinar algo más de cerca la naturaleza de la ciencia.

Ampliando la mirada

San Buenaventura, filósofo y místico, afirmaba que los seres humanos disponen de tres modalidades diferentes de adquisición de conocimiento. Él lo explicaba mediante la metáfora de “los tres ojos”: el ojo del cuerpo, el ojo de la razón y el ojo de la contemplación.

Aunque esta terminología es evidentemente cristiana, en todas las grandes tradiciones psicológicas, filosóficas y religiosas nos encontramos con conceptos similares. Los tres ojos del ser humano describen de hecho los tres grandes “dominios del ser” descritos por la filosofía perenne: el ordinario (carnal y material), el sutil (mental y anímico) y el causal (trascendente y contemplativo).

3ojos

– El ojo del cuerpo es el que nos permite percibir el mundo externo del espacio, el tiempo y los objetos. Selecciona, crea y revela parcialmente ante nosotros un mundo de experiencia sensorial compartida por todos aquellos seres que lo poseen. Es la inteligencia sensorio-motriz esencial y empírica, que abarca todo lo que puede ser detectado por los cinco sentidos. Es, pues, el ojo de la experiencia sensorial.

– El ojo de la razón nos permite alcanzar el conocimiento de la filosofía, de la lógica y de la mente: se ocupa del mundo de las ideas, de las imágenes y de los conceptos. Aunque depende del ojo del cuerpo para adquirir parte de su información, no todo el conocimiento mental procede del mundo de lo sensorial ni se refiere al mundo puramente experiencial, sino que aún integrándolo, lo supera. Nuestro conocimiento no es sólo empírico y carnal: la verdad de una deducción lógica depende de su consistencia interna, no de sus relaciones con los objetos sensoriales. El dominio de lo mental incluye, pero trasciende, el dominio de lo sensorial.

– El ojo de la contemplación, que nos permite acceder al conocimiento de las realidades trascendentes. Del mismo modo que la razón trasciende al cuerpo, la contemplación trasciende a la razón. Por eso la contemplación no puede reducirse ni, en ocasiones derivarse, del ojo de la razón. El ojo de la razón sobrepasa el límite empírico, pero el ojo de la contemplación, por su parte, trasciende el plano lógico y el mental.

«Supongamos que todos los hombres y mujeres poseen un ojo del cuerpo, un ojo de la razón y un ojo de la contemplación. Que cada ojo tiene sus propios objetos de conocimiento: el sensorial, el mental y el trascendental. Que un ojo superior no puede ser reducido a un ojo inferior, ni explicado por él. Que cada ojo es válido y útil en su propio dominio, pero incurre en una falacia cuando intenta captar los ámbitos superiores o inferiores: cuando un ojo intenta usurpar el papel de cualquiera de los otros dos, incurre en el error de ocupar una categoría que no le corresponde.

Esto puede ocurrir en cualquier sentido, ya que el ojo de la contemplación está tan mal equipado para develar los hechos del cuerpo, como lo está el ojo del cuerpo para apresar las verdades relativas al ojo de la contemplación. La sensación, la razón y la contemplación despliegan sus verdades en sus propios dominios, y cada vez que un ojo intenta apropiarse del papel de otro, la visión resultante está distorsionada y es confusa.» Ken Wilber

La apropiación de «la verdad»

Este tipo de errores de categorías han sido, y son, los que nos llevan a enredarnos inútilmente en tratar de demostrar la validez de ciertas cuestiones. Este fue, de hecho, uno de los grandes errores que llevaron a la desvalorización de las religiones. En su origen, las religiones ofrecían interpretaciones sobre “la realidad última”, pero con el paso de los años al ir institucionalizándose, esta visión terminó mezclándose con verdades racionales y con hechos empíricos. Es decir: el ojo de la contemplación pretendió ver lo que solo el ojo del cuerpo o el de la razón podían.

Como cada uno de los tres ojos pretendía ser “la única verdad”, los filósofos situados en el ojo de la razón se apropiaron por completo del aspecto racional de la religión, y los científicos destruyeron su aspecto empírico. A partir de ese momento, la espiritualidad occidental quedó completamente colapsada y sólo quedaron en pie la filosofía y la ciencia empírica. El empirismo científico también terminó diezmando la filosofía como sistema racional, es decir, como sistema basado en el ojo de la mente. Llegados a ese punto, el conocimiento humano se vio restringido exclusivamente al ojo del cuerpo.

Perdido el ojo de la contemplación y perdido el ojo de la razón, la humanidad sólo dispuso del ojo del cuerpo como único medio válido aceptado para adquirir conocimiento. Por eso, todo lo que no pudiera percibirse a través de los sentidos, pesarse, medirse, pertenecía al mundo de lo “no científico” y perdía toda credibilidad. La ciencia, en un momento dado, terminó convirtiéndose en cientificismo. No se limitaba a hablar en nombre del ojo del cuerpo, sino que también lo hacía en nombre del ojo de la mente y del ojo de la contemplación. Pero al hacerlo así cayó, precisamente, en el mismo error de equivocar categorías que había reprochado a la teología dogmática, y por el que la religión había terminado pagando un precio tan elevado. Los cientificistas trataron entonces de forzar a la ciencia a hacer, con el ojo del cuerpo, el trabajo de los otros dos ojos. Y ese es un error que, tanto la ciencia como el mundo en general, han terminado pagando muy caro.

«El único criterio de verdad llegó a ser así un cierto “criterio científico” consistente en diferentes pruebas sensorio-motrices basadas en mediciones realizadas por el ojo del cuerpo. Esta actitud de los científicos ha sido un puro “bluff”: la parte tratando de desempeñar el papel de la totalidad. De este modo, en lugar de haberse limitado a afirmar que “no puede ver lo que no puede ver”, el ojo del cuerpo se atrevió a declarar que lo que él no ve, no existe.

Así pues, una vez que hemos trascrito el mundo a cantidades empíricas, nos encontramos frente a un mundo sin cualidades, un mundo carente de valor y significado.» Ken Wilber

Es importante comprender que el conocimiento científico no constituye la única forma posible de conocimiento. A fin de cuentas sólo se trata de un ojo del cuerpo perfeccionado, más allá del cual se hallan el conocimiento mental y el conocimiento contemplativo. Que algo no sea científico no significa que sea inválido o carente de sentido.