Érase una vez, una tierra muy lejana en la que todos sus habitantes eran ciegos. Como rara vez tenían contacto con otra gente que sí podía ver, habían olvidado su condición y se habían acostumbrado a esa forma de vida con toda normalidad. En las tradiciones de aquella comunidad, se hablaba de la existencia de un misterioso animal que nadie podía definir ni describir, y al que los buscadores intentaban conocer desesperadamente. Tan sólo se sabía que tenía por nombre Elefante.
Sucedió entonces, que en un otoño ventoso, un rey venido de una lejana tierra, acompañado de su imponente cortejo, llegó con un elefante acampando cerca del lugar. Al poco tiempo, el rumor se extendió alcanzando a la ciudad de los ciegos que sintió por fin llegada su oportunidad de satisfacer aquella histórica curiosidad: conocer al elefante.
Hasta entonces, sólo hacían suposiciones acerca del mismo, y habían algunos estudiosos e investigadores que comunicaban apasionadamente sus conclusiones. Sin embargo éstos no llegaban totalmente a convencer al pueblo, que tenía serias dudas acerca de la verdad definitiva.
Por esta y otras razones, algunos de los habitantes más aventureros de la ciudad de los ciegos aprovecharon la ocasión para conocer al animal, y se marcharon a investigar y comprobar la verdad definitiva de aquello que les obsesionaba. Y así tras el largo camino, uno a uno iban llegando junto a su imponente presencia, tanteando con el mayor detenimiento para poder percibir al máximo de acuerdo a sus posibilidades.
De esta forma y tras recibir la información correspondiente, llegaban a extraordinarias conclusiones. Cada uno pensó que al fin conocía el Misterio, que al fin sabía lo que tanto habían buscado, porque por fin había llegado el día en que lo habían podido tocar con sus propias manos. Poco a poco, cada uno de los aventureros fue regresando a la ciudad, en donde el resto los esperaban ansiosos por saber la verdad.
Llegó el momento de exponer públicamente la forma y aspecto del elefante, de manera tal que todo el pueblo escuchara lo que aquellos estudiosos iban a disertar.
Uno de ellos dijo:
– “Tiene una forma grande, rugosa, ancha y gruesa como un felpudo viviente…”
El pueblo que escuchaba exclamó en un rumor de sorpresa.
Cuando le tocó el turno al que había palpado la trompa dijo a los presentes:
– “Yo conozco los hechos reales. Puedo jurar por mi honor que es como un tubo recto y hueco, horrible y destructivo.”
Un nuevo rumor de comentarios y exclamaciones se generó en los presentes.
A continuación habló el que había palpado la panza.
– “Háganme caso. Yo sé de verdad como es. Es una masa enorme, abultada e inabarcable. Permanece tranquila y parece moverse con mucha lentitud.”
Y por fin le tocó el turno al último, que había tocado sus patas dijo:
-“Es poderoso, recto y firme como un pilar. Se los juro.”
El pueblo ya había tomado posiciones y todos discutían acerca de los testimonios de los especialistas allí congregados. Cada punto de vista estaba desencadenando no sólo una escuela, sino toda una corriente ideológica y cultural acerca de aquel antiguo Misterio.
De pronto y en medio de la gran controversia, se oyó la música de alguien distante que se aproximaba. Su melodía y su voz resultaban tan extrañamente resonantes que fueron apagando las voces de los presentes, mientras el canto de un estribillo aumentando su tono decía:
“El conocimiento de lo real no es compañero de los ciegos, solo con otros ojos conocerás el Misterio”
¿Qué reflexión te deja este relato?
¿Cómo reaccionas ante los puntos de vista diferentes al tuyo?
¿Piensas que hay temas en los cuáles tú tienes la visión verdadera?